Muchos habréis oído hablar de ese lugar en el que muchas veces nos encontramos y del que nos cuesta una barbaridad salir. Se llama «zona de confort» porque por lo general, es un lugar que conocemos y que por lo tanto, donde nos sentimos a gusto.
En charlas de formadores y psicólogos se habla de cómo una persona que se encuentra en esta situación tiene diferentes miedos a la hora de lanzarse a dar un salto de fe en el que la incertidumbre de lo que puede pasar, genera una ansiedad difícil de controlar. Como ya se dijo en un artículo anterior, la ansiedad no tiene por qué ser nuestra enemiga, nos puede querer estar diciendo que lo que nos está generando ansiedad es lo que es realmente importante para nosotros.
Vamos a poner un ejemplo que clarifique todo esto. Si vas a hablar con tu jefe de cosas cotidianas que no se salen del normal funcionamiento de tu trabajo, seguramente no tengas esa ansiedad o nervios que sí ocurrirían cuando por ejemplo vas a pedir un cambio en tu puesto de trabajo o una subida de sueldo. En la primera situación nos encontramos en la zona de confort, no intentamos nada nuevo ni arriesgamos nada. En la segunda, podemos anticipar que nos van a decir que no, que se puede torcer la situación mucho y acabar perdiendo el trabajo, pero también tenemos mucho que ganar, una mejora de trabajo o de salario que a nivel psicológico puede aportarnos gran cantidad de beneficios.

Sin embargo, durante mi experiencia como psicóloga, he podido observar como la zona de confort no es tal y como la describo arriba. No es una zona de «confort» real, ya que muchas veces esa zona es realmente una forma de hacer las cosas que nos produce malestar, es decir, nuestros problemas psicológicos pueden ser nuestra zona segura.
Muchos pacientes tienen miedo a realizar cambios en su vida porque si donde están ya se sienten mal, para qué van a moverse de ahí y arriesgarse a sentirse aún peor. Lo que hace que evolucione la terapia es cuando se dan cuenta por si mismos que donde estaban no es bueno y cualquier cambio que realicen es siempre a mejor. Si bien es cierto que la ayuda de un profesional de la salud es de suma importancia en este proceso, la solución más prometedora surge de sus propios esfuerzos para cambiar.
Es por esto que cualquier buen terapeuta sabe, que el 80 % del éxito del tratamiento depende del paciente o cliente y tan solo el 20 % e incluso menos, depende de nosotros como terapeutas. Aprender las cosas por ti mismo y comprobar qué ocurre si hago esto o lo otro, es lo que marca la diferencia entre avanzar o quedarse en la «zona de confort».

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